La búsqueda de la sabiduría es el síntoma más valioso de la sabiduría misma. Los recursos para alcanzarla condicionan los resultados, pero no tanto como parece. En definitiva, sin los recursos quizás lleve más tiempo pero el conocimiento de todas maneras llegará.
Pero en mi entorno, al menos allí, pasa algo muy curioso y molesto
al mismo tiempo. En materias técnicas, científicas, exactas y no tan exactas,
el conocimiento es sobrevalorado por la imposibilidad del común de la gente en
alcanzar determinado lenguaje imprescindible para el intercambio al respecto.
Pero en aquellas cuestiones relativas la educación, a las
relaciones humanas, a la formación, y ni que hablar en lo relativo al deporte,
el conocedor es subvalorado.
La facilidad de maximizar o minimizar ciertos conceptos según
convenga o de repetir palabras de otros al respecto generan una coraza
atmosférica que impide al ignoto asumirse como tal e ir en búsqueda del
conocimiento. Como si fuera indispensable mostrarse culto sobre el tema en
cuestión para recibir la información deseada.
Creo que la ecuación es diametralmente opuesta. Preguntar, asumir
la propia ignorancia dentro del discurso, escuchar, permitir asombrarse,
reconocer contradicciones, y algunas otras costumbres olvidadas ayudarían a
enriquecer ese intercambio.
Entonces aparece el intermediario, el periodista, el que pregunta
para que la gente sepa, el que da voz al conocedor teniendo como
responsabilidad estar informado de lo que se pregunta y de quien y cómo es el
entrevistado.
Claro, todo ha cambiado tanto que resulta que el periodista es el
que intenta quedarse con el conocimiento evidenciando la ignorancia del
supuesto conocedor y llevando al público consumidor a una furia efímera que trae
de cola las propias mágicas soluciones, añadiendo una cuota despectiva para con
el entrevistado desde el sillón de su casa y sabiendo que nunca estuvo ni
estará cerca de tener un problema como el planteado en la entrevista, ni mucho
menos de ser entrevistado.
Quitar autoridad a todas las autoridades es el camino elegido por
diversos poderes en la Argentina para que dentro del anarquía, la palanca la
tengan los que tienen la vaca atada, los jefes de turno y los medios
periodísticos para transmitir, para educar o también para tergiversar, para
generar opinión o para derrocar algún popular intransigente que se le ocurra
trepar muy alto.
Frente a este diagnóstico fácil, banal y cómodo desde detrás del
teclado, el camino revolucionario resulta complejo. Quizás el camino más
complejo que exista.
La revolución no debe buscarse en un partido político, en un
ideal, en la tribalización de ese ideal a mi criterio.
El inicio de la revolución quizás haya dejado de ser colectiva.
Quizás la revolución empiece desde lo individual. El camino quizás sea
autogestionar valores de honestidad, trabajo, idoneidad, esfuerzo, valorización
del conocimiento ajeno, reconocimiento, afectividad, higiene pública, y un
millón de cosas más que se te ocurren a vos ahí atrás de la pantalla, pero sin
excusas!
Dejar de esperar del otro, del de al lado, del de arriba o del de
abajo lo que no hacemos nosotros. Intentar ser protagonistas del cambio. Seamos
el foco de contagio, fabriquemos aunque sea un momento mejor en el otro y
quizás sea endémico. Quizás no. Pero en este contexto, el trabajo colectivo
termina sujeto a conveniencia, o a lealtades efímeras, o a circunstancias que
inevitablemente van a mutar.
Seamos los protagonistas de mejorar el mundo. Pero empezando por
el nuestro.
Te espero.
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