La violencia se puede ejercer de muchas maneras. Hasta de
tal forma que no la reconozcas, que no la veas, no la sientas. Libertad es una
palabra tan compleja como amplia y la interpretación que cada uno hace de ella
abre enésimas puertas.
Libertad debiera incluir información y de buena calidad.
Para poder elegir bien, hay que saber de qué se trata.
El mundo tecnológico y el manejo “inteligente” de las redes
nos llevan a la no información cuando nos quieren convencer de lo contrario.
Las voces que oímos son siempre las mismas. Los buscadores nos llevan a donde
presuponen que queremos ir, y nuestro margen de decisión es cada vez más
pequeño. Escuchamos sólo lo que la “red” interpreta que queremos oír.
En ese contexto, el cuentito siempre cierra porque nos
alimentamos de las dos vertientes que nos satisfacen: aquellos que expresan con
bellas palabras lo que sentimos y aquellos que revelan el pensamiento opuesto
con palabras miserables para nuestro criterio. Nos movemos en círculos, ególatras,
casi sin darnos cuenta y emulando la quietud, mientras sentimos el ficticio
movimiento.
No lo sentimos circular, sino todo lo contrario,
considerándonos visionarios y utilizando la información para estar cada día un
poco más seguros de nuestra opinión. Quizás revisionemos, hasta con sentido
autocrítico, pero no dura más de un rato. Demasiado incómodo. El confort
siempre gana y sino hay mecanismos de control para reubicarnos dentro de
nuestro círculo.
La emoción guía nuestro criterio pero manifestamos y hasta
percibimos que es la razón la que lo hace.
Esos dos componentes hacen que la rueda siga girando y
nosotros seamos cada día un poco menos libres, con la agradable sensación
opuesta. Somos esclavos de la no información y seres emocionales que se presumen
racionales.
Cuando nos traten de hacer sentir el dolor o indignación
ajena, el analgésico emocional hará que desprestigiemos el interlocutor de
turno que nos lleva a ese incómodo lugar para regresar al mareo sin síntoma
alguno. Y mientras tanto, el que maneja la montaña rusa reirá satisfecho de nuestro
viaje mientras nos vigila por su web cam.
La única forma de rebelarnos ante el sistema de la no
información y de la emoción racional, es llevarnos de manera forzada y
atravesando barreras. Es poniéndonos estratégicamente escépticos frente a lo
que parece obvio. Es escuchando las voces de los “nadies”. Esos que alguna vez
Galeano describió con su pluma.
No se puede transmitir nada sin el deseo del receptor. Las
mejores intenciones no bastan. Llevar la comunicación a la avidez de
conocimiento es una tarea cada vez más compleja y necesaria.
La educación formal es una de las herramientas para hacerlo, pero debe incluir compromiso, ideas, reflexión, sentido crítico, creatividad.
El diálogo informal también lo es y pese a que nos han tratado de aislar
en aquellos tiempos de violencia institucional, todavía tenemos cierto arraigo,
cierto temor, cierto placer de sentir esa verdad acorralada por la inseguridad
lógica que genera el encierro.
Las sensaciones son trascendentes. La interpretación de
ellas más aún. La complementariedad y la empatía parecen valores perdidos en la
sociedad tribal que busca amigos cómplices, novios de probeta e hijos obedientes.
La rebeldía es trascendente para la formación de cualquier
ser humano. Tratar de colocarla en el sentido correcto es nuestra tarea y de
los que nos quieren, no del que maneja la ruleta.
Los mecanismos de control son cada vez mayores y la
sensación de libertad se basa en poder comprar dólares o productos taiwaneses.
La falta de autocrítica, la mala comunicación (hablar cuando
nadie quería escuchar, atacar para defenderse), la desconfianza evidenciada en la falta de
delegación de las decisiones importantes y la corrupción fueron las razones de
derrota del gobierno anterior.
La persecución judicial o mediática, la sumisión a los
primer mundistas, la pérdida de derechos de los vulnerables, la exclusión de
las voces críticas, la colocación de la fe por encima de la evaluación de las
promesas y objetivos planteados y la corrupción (otra vez), las grandes fallas
del actual.
No estamos obligados a elegir entre unos y otros. Mientras
más nos obliguen, más emocional será nuestro voto y nuestra opinión. Debemos
exigir como sociedad que se nos forme, se nos respete y se nos permita
expresar, con el respeto debido.
¿Podremos empezar a evaluar si se cumplen los objetivos
planteados? Siempre los objetivos deben
ser posibles. Si el objetivo está mal puesto, la frustración es inevitable. Si
el objetivo propuesto no se logra por lo que se hizo antes, el error está en el
diagnóstico y eso es garrafal. Un mal diagnóstico lleva inevitablemente al
fracaso.
El deporte argentino y la ciencia nos han demostrado que se
puede ser mejores, que no hay límites para nosotros. Tratemos de seguir su
ejemplo, no sólo de alabarlos. Somos mejores que esto, pero juntos. Aislados,
el único que ríe, es el que maneja la palanca.
Muy claro y reflexivo en tus expresiones.Totalmente de acuerdo y a seguir luchando por nuestros ideales.
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