“Sin querer, la vida y yo llegamos bien, hasta aquí, hasta
hoy” dijo León Gieco.
Y acá estoy, estamos, decidiendo si vivir por decantación o
tomar el día a día como elección permanente, generando la ilusión más realista
y tomar las riendas de nuestras vidas.
Podemos quedarnos pensando que no decidimos nada, que el
“destino” o el “todopoderoso” nos guía y los acontecimientos se van sucediendo
por “karmas”, por la necesidad de no sé quien de que se produzcan aprendizajes
y otras cuestiones.
Hasta hoy no lo he logrado. Hasta hoy, y mañana, y pasado,
busco y revuelvo la tierra para encontrar la semilla y tratar de que el fruto
sea consecuencia del esfuerzo, el compromiso, el deseo y la sabiduría, que en
la vida diaria es mucho más compleja que sembrar.
Cada vez que he cometido el error de sentirme sabio, las
circunstancias, las personas, el entorno y sobre todo mi familia, se ocuparon
de hacerme ver que soy el mismo ignorante de siempre, con un poco más de ruta
nomás.
Pasan los años y me doy cuenta que mi discurso ha mejorado
considerablemente más que mi capacidad de escuchar y es ahí donde siento que
voy derecho a la necedad temida desde mis primeros años de rebelde. En aquel
momento era sin causa, ahora ya con causa asumida, rebeldía justificada y
algunos socios de utopías. Me sigo perdiendo detalles, palabras, miradas,
señales de cambio en el momento oportuno.
El premio consuelo es la reflexión y una nueva sensación
ilusoria que no va a volver a pasar. Pero como dijo León, “al que no le pasa no
siente, y así todo se repite, y así nunca se lo aprende”.
Probablemente el camino no tenga salida y viviré atrapado en
mis miserias el resto de mis días, pero seguramente si algún día logro templar
mi ser, acallar mis palabras o al menos dejar de impacientarlas o anticiparlas cuando el entorno no lo desea, todo mejorará.
Dándole lugar a los sabios silenciosos que no han tenido derecho a réplica, a los
juzgados con firmeza sin pecado, a los oprimidos por la introversión, a los
perseguidos por la vergüenza, la historia propia debiera mejorar o al menos la
de los otros, que no es poco.
Sin intenciones altruistas, continuar la especie y mejorar
la vida de alguien debieran ser las razones centrales por las que estamos acá,
todos juntos, enroscados en este dilema.
La permanente lucha entre conseguir el tiempo, el dinero, el
conocimiento y la satisfacción en lo que he elegido se contrapone por momentos
con la necesidad de solventar la vida de los nuestros y el deseo de tomar esa
maldita Coca-Cola. Claro, ya es demasiado tarde para entender lo de los
espejitos de colores y todo lo demás. Los mecanismos miles del mercantilismo me
han vencido en algunos casos, aunque la lucha esté pareja.
La contienda en que ando en desventaja es la de la
presencia. Porque cuando estás es lo que tenés que hacer y cuando no estuviste,
el castigo es propio y ajeno, dañino y profundo. No hay caso con intentar
equilibrar esa balanza. Desde el primer día que alguien me quiso un poco, que
no he podido evitar la derrota por goleada.
Y encima ahora son tres. Vos que no me aguantás ni con mi
mejor perfume, ella que le retumba más el “no” que a nosotros a los 15 y el enano
que mecha sonrisa y enojo como si se pudiera masticar tan fácilmente la
felicidad con la paciencia, el enojo y la mesura que perdí no me acuerdo
cuándo.
En definitiva me empieza a pasar que ver mi vida desde
afuera resulta muchísimo más atractiva que vivirla y que cuesta cada vez más que
esos 15 minutos de felicidad para contemplarla, no las cambie por tiempo de
descanso, para entrar otra vez en la rueda de insatisfacción, que tan bien
tengo instalada.
Al fin y al cabo, no voy a ser el primero en dejar a un lado las convicciones más profundas, pero todavía no estoy preparado lo suficiente para hacerlo.
Creo que voy a volver, todo en mi vida ha decantado en cosas
buenas y no por el azar, pero el otoño está llegando y estos vientos no tienen
benevolencia.
Ya no basta con decirte que te amo, ya no alcanza con las
caricias, necesitás más y está bien. No prometo dártelo porque serían más
palabras, pero lo necesito más que vos.
Igual el “te amo con locura” sigue más vigente que nunca, lo
que falta es la mesura.
Te dejo un ratito, me tengo que preparar. La rueda está
empezando a girar.
Vuelvo luego, a la noche, mañana, pasado, o en algún
momento, pero estoy, siempre estoy.
Amándote, extrañándote o pensándote.
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