Desde hace largo tiempo que el alto rendimiento deportivo y la formación de jugadores conviven en el básquetbol argentino con criterios y opiniones encontradas.
Las facilidades que otorga el sistema actual de competencia
profesional para subir niveles rápidamente obliga a los
Coordinadores/Directores Deportivos a optar por una idea para mejorar/estimular
esa convivencia o trabajar en modo “franquicia” poniendo casi todos sus recursos en el alto rendimiento relegando
en el esquema de prioridades la formación de los jóvenes que juegan al
básquetbol, en algunos casos sin mayor deseo que pertenecer, jugar y crecer
como seres humanos.
Frente a esto, la idea de la nota es invitar a los
encargados a llevar adelante una estructura integral, que contemple las
diferentes realidades de sus deportistas sin tener que hacer cancelativa la
convivencia mencionada.
Sin dudas, que en esta estructura de clubes, para algunos ya
caduca para el deporte profesional y a sabiendas de la relevancia educativa que
tienen las instituciones a nivel social, es responsabilidad ineludible pensar
en cómo elaborar la pirámide propia para permitir el desarrollo integral de sus
componentes.
Los avances en infraestructura, recursos humanos, y las
oportunidades y/o estímulos al estudio secundario, terciario y universitario
debieran pasar a ser una obligación moral de aquellos que comandan estos
proyectos de corto-mediano plazo que reinan el básquetbol argentino. También la
conformación de valores institucionales a sostener en cada uno de los espacios
de competencia, sobre los cuáles se erige la plataforma deportiva a desarrollar.
Sería ideal que esos proyectos se pensaran a mediano-largo
plazo, pero nuestro país tiene dificultades en todas sus actividades para ello,
y el básquetbol, lógicamente, no queda exento.
La trascendencia de un proyecto debiera pasar por la
identificación que provoca en su micromundo, la ilusión, esperanza y deseo de
pertenecer, desde el lugar que se pueda (jugador, profesional, hincha o
consumidor) que genera en sus “socios” y la capacidad de sostener esa idea más
allá de las dificultades que inevitablemente se van presentando.
El lado bueno de estos proyectos a corto plazo es que invita
a actores a invertir en el básquetbol, sabiendo que pueden lograr ruido y
relevancia nacional/provincial en poco tiempo. Antes clubes como Temperley o
Platense, tuvieron que invertir durante 6 años para llegar a la Liga Argentina
(Temperley) o a la Liga Nacional (Platense).
El problema del corto plazo es el riesgo de que los inversores
cambien de rumbo, muchas veces dejando el club sin nada mejor que antes de su
llegada, o incluso peor, producto en parte de la desilusión. La pregunta es si
el problema allí es del sistema creado o de la falta de proyecto, compromiso y
capacitación profesional de aquellas personas que los llevan adelante.
Es inevitable en la actualidad, no contemplar la venta de la
propuesta, usualmente llamado “Marketing Deportivo”.
Pero no siempre esta venta va acompañada de lo
verdaderamente importante que es la gestión y formación de las personas. En
definitiva, es lo que hace más redituable al proyecto deportivo.
La inversión requerida en brindar espacios de
pertenencia a los distintos actores, no provocan una diferencia económica tan
grande en un proyecto deportivo, que la termine haciendo cancelativa. Claro que
aquellos involucrados con el alto rendimiento, verán como una pérdida de tiempo
y un desgaste la idea de ocuparse y gestionar espacios socio-recreativos. Ahí
aparece la responsabilidad de invertir en profesionales que lleven acabo la
otra parte de la tarea, quizás la más relevante.
Los nexos entre lo socio-deportivo y el alto rendimiento se
crearán a través de los valores institucionales y los profesionales que la
lleven a cabo, pero para eso es indispensable la inversión en infraestructura,
docencia y capacitación, además del bendito “Marketing”.
Invitar a un inversor a poner dinero en esto pareciera ser
una súplica y la intención es la opuesta. Invertir dinero ello puede
ser un gran negocio, que incluso, si se hace bien, en el mediano plazo podría
financiar, al menos una parte, de la estructura de alto-rendimiento.
Durante mucho tiempo, responsabilizamos al sistema de
competencia o a las reglas generales creadas por la organización. Sin dudas las
reglas condicionan, pero no necesariamente hacen a que quitemos la mirada de la
gestión de los clubes, que pueden elegir qué camino tomar y el “atajo”
pareciera ser la opción más elegida.
Hoy la estructura del básquet profesional incluyó en su
última edición a 20 equipos. La Liga Argentina (2° nivel) contempló en la 20-21
a 29 instituciones. Por último, el Torneo Federal (3er nivel) se disputó con 69
equipos. Esto implica que hay aproximadamente 110 clubes (algunos tienen
equipos en dos niveles) implicados en el alto-rendimiento.
Pertenecer al alto-rendimiento implica tener capacidad
monetaria para, al menos, invertir dinero en el deporte. Incluyendo en la
repartija al básquet socio-recreativo, ¿Se pierde o se gana dinero?
¿Somos concientes del
potencial deportivo y social que tendría esta idea global de involucrar tantos
actores en el profesionalismo?
La oportunidad es enorme para mejorar la vida de los
jóvenes, para darles pertenencia, para involucrarlos en el deporte y los buenos
hábitos, para darles sueños grandes a personas que son tratadas como pequeñas
en el resto de sus entornos o incluso se sienten condenadas o atrapadas en
estigmas impuestos por la mirada ajena. Quizás esa ilusión los lleve al deporte
de alto-rendimiento, quizás no, pero mientras, esos buenos hábitos y la
constante responsabilidad del estudio los depositará en un lugar mejor que sin
haber pertenecido.
Teniendo la zanahoria grande por delante, habrá un grupo de
personas, viendo, deseando, queriendo pertenecer y viendo como opción de vida
algo diferente a la sentencia que ya le habían signado.
118 equipos con 7/8 profesionales son 826/944 jugadores que
han alcanzado la parte alta de la pirámide.
Con 10 colaboradores por club en estadística, cobro de
entradas, mantenimiento, prensa, etc son otras 1100 personas involucradas.
Cada equipo debiera tener, en promedio 40 jugadores entre
U15 y U23 relacionados directa o indirectamente con su propia élite
profesional. Esto suma otros 4720 actores.
Dichas instituciones suman otros 20/30/40 chicos en las
categorías pertenecientes al Minibásquet (Premini-Mini-U13). Otros 3540 (tomando
30, el promedio).
900 profesionales + 4700 de categorías formativas + 1100
colaboradores + 3540 del minibásquet dan un total de 10.000 (Diez mil) personas.
Y aquí no estamos poniendo en la cuenta a familiares o incluso amigos de las
familias involucradas que pueden ser potenciales consumidores, al menos.
¿Es responsabilidad absoluta tener que pensarlo de este
modo? No.
Es una posibilidad hermosa que dará beneficios redituables a
nivel económico y político, pero mucho más a nivel humano, para cualquier
inversor.
El negocio deportivo en Argentina es el sueño de construir
un club, como espacio integral, representado en la parte alta de su pirámide por
el equipo profesional, pero con una variabilidad de espacios de desarrollo para
actores que no alcanzaron/alcanzarán llegar allí o que simplemente no les
interesa hacerlo como protagonistas, pero quizás sí como consumidores.
Ojalá los inversores puedan ver y elegir construir algo
integral, y no un resultado prematuro y esporádico que los pone en un lugar de
prestigio, prematuro e inconsistente, contraproducente para el negocio propio,
para el sostén del reconocimiento y fundamentalmente para la formación de
aquellas personas que pertenecen, en muchos casos incondicionalmente (como en
pocos lugares del mundo) a esa hermosa idea de Club Social y Deportivo con la
que nos críamos.
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